Título de la exposición: Nacer y renacer
Percibo la obra como modelo de expresión, reflejándolo en un modelado de gres, una estructura de hierro, un esculpido de madera, mármol o un mural sometido a colores y texturas. Unas veces el espectador verá lo que yo he querido expresar y otras divagará entre la realidad y la metáfora.
* * *
«No son formas vacías estas
esculturas de Mariano Gutiérrez, sino fruto y expresión –toda forma artística
lo es- de una experiencia, de una impresión, de un sentimiento. (Siempre,
primero es la emoción y luego la imagen, como primero es la memoria y después
el olvido.) Esa experiencia, esa impresión, ese sentimiento con que la vida ha
estremecido al artista
–escultor, poeta, pintor...-
antes de ponerse a crear es lo que él trata de fijar en la madera, en el mármol
o en el mural. Pues el artista no inventa al crear, sino que modela lo vivido
dándole forma, color y luz –sí, también luz.
Pero las formas artísticas no
solo “vienen de”, sino que también “van a”. ¿Y a dónde van estas esculturas de
Mariano Gutiérrez? En arte, el punto de destino es siempre más dilatado,
maravilloso y secreto que el punto de partida. Ocurre con un poema, con una
melodía, con una escultura.
Van al sentido profundo de la
vida, que puede esconderse en la imagen de una piedra sujeta entre las raíces
de un árbol caído en las orillas de un río; la piedra no quiere cobijo impuesto
y se afana por desprenderse de la fuerza que la amarra a una vida que no es la
suya; la piedra que nació piedra quiere volver a ser piedra.
Van al sentido profundo de la
vida que es el empeño por esconder la otra cara y postergar la hora más oscura.
Ya el clásico lo decía: llamamos nacer al hecho de comenzar a ser una cosa
diferente de lo que éramos antes; y morir, a dejar de serlo. Por eso contamos
los días –lo dijo también un poeta clásico- en lugar de pesarlos.
Y el sentido profundo de la
vida lo podemos encontrar bajo la rugosa corteza de un árbol, o en esa
hierbecilla que se ha hecho un hueco en el cemento, o en el leño que se resiste
y crepita en la lumbre.
Y en estas figuras humanas
que pugnan por salir de los límites que las aprisionan, por desligarse de
férreas ataduras y destinos inexorables, por desanudarse y volar.
La obra escultórica de
Mariano Gutiérrez es el litigio entre la aspiración y el sometimiento, la luz y
la raíz, el aire y la consistencia.
Es lo que a vivir empieza y
lo que para estorbarlo se espesa, el vuelo contra el barro, la fuerza del
abrazo contra la extensión del desamparo, la llamarada de unos brazos que
desprecian el mordisco de la fiera, la desazón de unas posturas que no se
resignan, el impulso vital y la tristeza que va por dentro –todos llevamos una-
cuando la realidad ahoga al deseo.
Las esculturas de Mariano
Gutiérrez son una fuerza contra lo que el filósofo llamaba “la capacidad del
olvido”, una invitación a cerrarle las puertas y ventanas a la inercia, un
asidero al que pueden agarrarse nuestros ojos para contemplar cómo la vida se
desvive por revivirse.
Al fin y al cabo, ¿qué es el
mundo sino eso, un continuo nacer y renacer? Ya el poeta Juan Ramón Jiménez lo expresó
mejor que nadie a propósito del mar: Parece,
mar, que luchas / ¡oh desorden sin fin, hierro incesante! / por encontrarte o
porque yo te encuentre. / Qué inmenso demostrarte, / en tu desnudez sola / -sin
compañera... o sin compañero / según te diga el mar o la mar- creando / el
espectáculo completo de nuestro mundo de hoy.»
Texto de David Fernández Villarroel, escritor.
ESCULTURAS DE LA EXPOSICIÓN
Titular-Sin Título |
Vacía (46x16x14) Cerámica de gres. |
Roto y grapado (21x23x14). Cerámica de gres, acero, metacrilato. |
Sobre apoyos (20x25x15). Cerámica de gres, hierro. |
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